Uno más
de mis trayectos en el 10, esta vez de ida al trabajo.
Entre
Tussam, Sevici, Muving y mis propios medios (ir en mi bici o caminando), además
de las puntuales conveniencias que favorecen a mis hijas o a mi mujer para
tener el coche familiar a disposición, cada vez me siento más “cómodo” en estos
medios alternativos a mi Grand Scénic.
Pues
bien, a veces pasa que, por más cascos que lleve, más 20 minutos en papel o
descargados de la APP antes de salir de casa, o más WhatssApp retrasados y que
me apetezca leer tenga, la realidad que se presenta ante mí, en ese escaparate
que es el bus de turno, me obliga, placenteramente, a entregarme a ella,
observarla, fotografiarle a veces furtivamente (con el consiguiente riesgo de
mi integridad) y retener en mi mente todo aquello que pase.
Esta
vez era una pareja (hombre y mujer), muy humildes, de unos 30 años ella y unos
40 él, que se montaron frente por frente a mí: yo, en la bancada final trasera,
mirando todo el panorama, y, ellos, contra el sentido de la marcha, juntos,
sentados frente a mí, en el costado derecho del autobús.
Él
parecía un presidiario, con corte de pelo casi militar, piel envejecida,
dientes picados, voz muy ronca, enclenque, nervioso, portando una especie de
petate que parecían ser todas sus pertenencias.
Ella,
con un chándal negro con vivos fucsia, llevaba un peinado simplón, con cola
hecha en 1 segundo, regordeta, con una cara de enfado espectacular, dirigiéndose
a veces a su compañero sin mirarle, casi por castigo, inevitablemente.
Iban a
San Jerónimo a la Mediadora Social (tal como dijo él, varias veces, con tono
alto, para “mear” el terreno, supongo, y sembrar respeto o pena, no sé... ¿?).
Tenían
dudas sobre qué autobús coger de vuelta: querían hacer transbordo (la
Mediadora, pensarían, les largaría en cero coma), y no podían montarse, de
nuevo, en el 10.
Y yo caí.
Me
dirigí a ellos para decirles que existía una línea, la 3, que paraba en un
lugar que, entendí, les interesaba, y que, más o menos, hacía el camino
contrario a este, pero dirección Barqueta.
Vieron
en mí (siempre me pasaba cuando salía de marcha, en las zonas de botellón, de
entradas de discoteca, en las aglomeraciones, …) alguien débil, afable,
dispuesto a colaborar en cualquier historieta que se les ocurriera. Abordable, convencible.
Y llegó
la petición: “Caballero”, me dijo ella. “¿Puede usted llamar a su hermana (la
del compañero del petate) y decirle que le llame al móvil, para que él le pueda
pedir dinero?”.
(…)
Gracias
a Dios, mi nuevo HUAWEI se estaba instalando la nueva versión del sistema
operativo, hecho que esgrimí, mostrando la pantalla, como prueba incontestable
de que no había nada que hacer.
Pa qué:
la jipi pilló tal rebote que se transformó en una especie de Bruja Avería, pero
sin avería alguna, encendiéndose por la persecución de males que, por lo visto,
deduje, tenían ella y su acompañante en sus tristes vidas.
Eran un
poema los dos.
Él,
algo más dialogante y afable, cualidad que, imagino, le otorgaba el ser el
causante de todos los males que se les cernían en este valle de lágrimas
llamado vida, se coscó de la transformación diabólica de la jipi, y, inquiriéndola
con manotazos en el hombro, le decía: “Cari, ¿qué te pasa?”, “¿Gorda?”, “Habla
conmigo, ¿no?”, …
Pa qué:
la jipi le retiraba el hombro, indignada, enfurecuida.
Hasta
que estalló.
- ¡Estoy hasta er coño ya de tó!
- ¿De qué gorda?
- ¡De ti! ¡Y de tó!
- ¿Pero qué pasa, gorda? No te pongas así, ¿no?
- ¡Que no, coño!
- ¿Pero qué quieres?
- ¡Que resuervas, coño! ¡Resuerve!
- ¿Qué dise?
- ¡Que resuervas! ¡Que llames ya a tu puta hermana y le pidas ya dinero, coño! ¡Tor día iguá!
- ¡Que no tengo sardo!
- ¡Pos resuerve, coño!
(Silencio
sepulcral, recogimiento en la popa del 10)
(…)
Yo,
estupefacto, con la tensión desplomada, entre viendo venir que me abordarían
para pedirme algo en plan invasivo y que, en el fondo, me estaban dando un
montón de pena y compadecimiento, sigilosamente, rebusqué en mi cartera y pillé
un billete de cinco euros, pensando en que, si nos bajábamos en la misma
parada, le echaría huevos y me ofrecería a ir con ellos a alguna tienda de
comestibles o algún bar, para pagarles alimentos o un desayuno, o ir a un
quiosco a recargarles el bonobús.
Pero,
inesperadamente, la providencial Macarena hizo que decidieran, después de
semejante espectáculo fuera del alcance del Actor’s Studio, bajarse en una
parada anterior a la mía.
Sin
mediar palabra, se levantaron y se fueron.
Una
gota de sudor frío permaneció en mis sienes hasta pasar los tornos de mi
Fábrica, tras bajarme dos paradas después.
Dos
paradas más, 5 euros más, mi móvil más, mi vida más, y yo qué sé qué coño más después,
porque nunca sabré qué carajo podía haber pasado allí si se cruzan las miradas
de la jipi con cualquiera de los viajeros que compartíamos 10.
En fin,
como empecé diciendo, uno más de mis trayectos en el 10, esta vez de ida al
trabajo.
Agradezco,
desde aquí, al ExcmoAyto y a la vida, la creación de esta línea; y a Eiwa, de
dotarme de esta capacidad observadora que tengo, de aprendiz y admirador.
En fin, las Cosas…
Son
impagables las lecciones de realidad, a veces preciosa, a veces horrorosa, a
veces bella y a veces lamentable que esta línea, la 10, me regala.
Gracias,
10.
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